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Tanto tiempo pasó que parece mentira volver sólo para publicar la entrada número 100 que anuncia que la historia sigue.

Contigo pan y cebolla

Finalmente el post número 99, porque las despedidas nunca son tan despedidas; y porque a veces las ganas de permanecer son más fuertes.
Me voy de acá y abro las puertas de un nuevo espacio donde no voy a estar solo, sino acompañado de mi concubino. No esperen un blog rosa, lleno de amor y con la palabra justa para cada situación de la vida amorosa. Todo lo contrario. Como La guerra de los Roses o una trifulca entre Angelina y Brad pero desde Núñez, en un dos ambientes paquete y con una cama que a veces es muy pequeña cuando no querés que esa persona duerma a tu lado.

Todo empieza por acá, buena suerte: "Contigo pan y cebolla".

Experiencia

Aún recuerdo el día que torpemente caí en un blog, no entendía por qué una mina contaba cada cosa que seguramente le pasaba por la cabeza, con sencillez y con desparpajo, como ignorando quién pudiera leerla. Con el tiempo intenté hacer lo mismo, crear un diario íntimo virtual, y me salió bien. Desde mis -jóvenes- 23 años comencé a volcar en mi primer blog aquellas huevadas con una mezcla de realidad muy inocente. Luego vinieron los tiempos de armar una propia plantilla sin saber siquiera qué era el código HTML y maximizar la experiencia desopilante casi sin proponermelo. Me volvió a salir bien. Las pavadas cobraron cuerpo y cada día eran más los lectores que se acercaban y dejaban sus marcas en los posts.
Tras pocos meses, algunos lectores se materializaron por fuera del monitor y juntos pudimos compartir más de una cerveza o café, caminatas o recitales. Dejaron de ser desconocidos para ser amigos a lo largo de los años y, pese al paso del tiempo, cada uno siempre conserva su lugar en mis recuerdos y en mi actualidad. La experiencia de tener blog escapaba a lo esperado, superaba las expectativas que jamás hubiera pensado. Mucha gente comenzó a quererme sin conocerme, a vivir mi realidad virtual como propia y a involucrarse cada día más con mi vida. Luego los blogs se hicieron moneda corriente y mis historias se desdibujaron en el éter binario, aunque nunca dejé de escribir. Fue ahí que llegó esta experiencia, mi tercer blog, que dejó de lado el humor simple para darle espacio a mi realidad y a los 30 años que se venían encima. Pasaron casi 7 años de mi vida expuesta a medias tintas en un blog y ahora llegó el momento de desprenderse de este lugar. Sabrán que mi individualidad ahora está acompañada por Juan. Prefiero decir que sigo siendo individuo, obvio, pero acompañado ahora en otra experiencia que es la de convivir con alguien con todo lo que eso significa.
Quiero dar las gracias a aquellos que leen desde hace muchos años. Los que comentan siempre, los que prefieren el silencio. A aquellos que me quieren y a los otros que me ignoran. Me quedo con lo mejor: una larga historia que armamos a la vez ustedes y yo.

Esa media naranja

Ahora que tengo en mi haber un mes de convivencia, soy palabra autorizada para hablar del tema. Y qué mejor que hacerlo como invitado en el blog de Pau (que ustedes bien conocen) "No soy yo, sos vos". Los invito a que lean una reflexión acerca de las idas y vueltas de dos personas que viven bajo un mismo techo.

Días contados

Ya pasó un mes de que vivo en esta casa y aún así no hay un día en que sienta que todo es un estreno continuo. Lejos quedaron esos grandes espacios sin uso porque ahora hay una mesa con sillas, un balcón con reposeras y mesa y cortinas cubriendo los grandes ventanales que aislan la mirada inquisidora de algún vecino. La casa está más armada aunque siempre falta algún que otro detalle.

Con Juan estamos bien aunque reconozco que hubo días en que quisimos matarnos y, creo yo, arrojarnos por el balcón o irse de un portazo y desear que el otro fuera víctima de una combustión espontánea. Sinceramente, no sé si todas las convivencias son así al principio, una mezcla de sensaciones de felicidad opacadas por lo que uno no espera del otro; pero sí estoy seguro que estoy encontrando un nuevo camino en mi vida y quizás de a ratos me convierto en la Susanita que nunca fui, aunque por estos lados siempre hablé del amor.

Se acerca el fin del año. Estos meses fueron los mejores de mi vida, sin dudas, donde pude acomodarme en muchos aspectos y comenzar a despegar la cabeza. Es como que los 30 llegaron y no hubo caso, no quedó otra. Estoy empezando a tener todo y por ese mismo motivo, luego de más de 6 años, esta experiencia de blog comienza a contar sus días.

Casa

Hoy es la tercera noche que duermo en mi nueva casa. No es una noche más porque todo lo que tenemos con Juan está en su lugar y además porque Juan no está en la casa.
Es raro encontrarme conmigo mismo desde otro lugar -espacios, tiempos, distancias-, con otros sonidos y silencios; pero es bueno. La casa -prefiero decirle casa antes que departamento- es grande. Hay mucha luz, mucho aire y todo parece nuevo. Creo que me voy encontrando lentamente en ella y me gusta.

La mugre que había la junté yo, la ropa la colgué yo, la comida me la hice yo, la puntita de porro que había me la fumé yo. Y así estoy, un poco ido, un poco lleno de tanta milanesa embebida en aceite, entre tantas cajas con apuntes.

Es probable que mañana lea esto y nada tenga sentido, pero es un riesgo que tomaré. Por lo pronto, me voy a poner el jogging más ancho y roto que tenga, las medias encima del pantalón, un remerón y me voy a dormir un poquito más feliz.

Horas

En este último tiempo ocurrieron varias cosas afines relacionadas con Juan. Para empezar, su presencia en mi casa es casi moneda común y no porque se la pase metido bajo el techo de mi madre, sino porque es recibido con mucho afecto tanto por ella como por mi hermano. Se lo quiere, se le da su espacio y su presencia logra que me relacione con mi familia de otro modo, manera que hasta ahora no había tenido.
También, y tras algunas visitas sin éxito, encontramos un departamento que nos encanta y en el cual nos estamos mudando en cuestión de horas.

Hoy sería la última noche que duermo en casa. El perro descansa en mi cama; mi vieja escucha Radio 10 en la suya y mi hermano ronca hace rato en su colchón con la tranquilidad de saber que no será padre - porque resulta que hasta hace horas parecía que la novia estaba embarazada-.
El viento que entra por la ventana me es muy familiar, es el típico aire de primavera cargado de aromas de flores que de noche son más expresivas. Voy a extrañar a Olivos, su gente, sus calles, su sensación de vivir en un mundo mejor pero que es igual que otros barrios. Me voy a Núñez, no tan lejos. Me voy con mucha felicidad, con miedo, con expectativas.
Me voy y no quiero volver más, quiero que esta historia comience hoy y dure toda mi vida.