Novela

Si mi vida fuera una novela, podría decirse que estaría en sus momentos culminantes y que en cualquier momento aparecería un banner diciendo "últimos capítulos". Digo esto porque si tomamos en cuenta estos 3 meses que pasaron, hubo de todo. Momentos en que casi nos quedamos en la calle, momentos donde cada uno buscaba un amigo o familiar para irse a vivir cuando no tuvieramos más casa, cuestiones con el perro, momentos en que vendimos el auto y pudimos pagar el alquiler atrasado y armar un contrato más por un año, y luego vinieron los nervios por tanto dinero perdido y la muerte de mi viejo.

Hablo de un final porque cuando se genera en el relato una seguidilla de hechos que no hacen más que menoscabar nuestra experiencia personal -con todas las sensaciones que eso implica- y son como eternas las cosas malas que suceden, de golpe aparece un equilibrio o al menos un poco de luz sobre el asunto.

Hasta en el mejor de los relatos noveleros latinoamericanos, sucede que luego de tantas cosas malas y tanto sufrimiento, la doncella cliché se hace rica y ve frente a sus ojos la vida que siempre quiso.

Mi viejo nos dejó buena guita y una pensión más que llamativa para mi vieja. No es que alcanza para comprar una casa, pero si para vivir más que cómodos con una vida rozagante. Ahora, la tramitación, la espera de meses y meses para cobrar eso, y mientras tanto vivir con unos pocos pesos. Se complica terriblemente, lo sé, pero allá a lo lejos se ve venir algo bueno. Muy bueno.

Marcela

Había llegado el momento de comenzar a organizarnos la vida propia y familiar; por eso, una mañana nos subimos a la moto de mi hermano y juntos nos fuimos a recorrer algunos destinos para dar inicio a la tramitación de seguros de vida que mi viejo habría legado.
Podría dedicar este espacio para relatar lo incómodo que me resulta usar casco, lo feo que es andar en moto -enorme- sobre Panamericana y Gral. Paz y lo espantoso que puede quedar mi pelo tras esto. Sin embargo sólo diré que resulté vivo.

En la primera institución dónde llegamos, estuvimos esperando un largo rato... lo que nos hizo pensar que nos quedaríamos sin tiempo para las demás visitas planeadas. Cuando nos atendieron, chequearon toda la documentación y nos dijeron que alguien se nos había adelantado. Mi hermana. Y acá haré un parate para explicar ciertas cuestiones muy resumidamente.

Por parte de mi viejo, tengo dos hermanas mayores con las cuales no tenemos mucha relación. Primeramente porque una vive lejísimo y la otra siempre se vinculó con nosotros basándose en cierta fayutez y celos de hija mayor. Nos hizo muchas cosas, que lamentablemente son largas de contar pero siempre fueron situaciones belicosas que se codeaban con la pretensión por lo material y el deseo explícito de enriquecerse a costa nuestra.

Cuando la asistente de seguros nos dijo que mi hermana había estado ahí antes que nosotros, supimos entonces que ella tenia una partida de defunción -para llegar a eso- y que nos la había estado ocultando mientras nosotros tardamos días en obtenerla. Esa nos pertenecía de entrada.

Empleada:
- Bueno, acá ya estuvo Marcela y como presentó la papeleta pertinente, se hizo apertura del sobre de beneficiarios. En esta institución hay un seguro de vida de $18 mil pero -y mientras tipeaba compulsivamente en un renegrido teclado- me temo que la deuda que el Sr. mantenía con nosotros fue descontada de ese monto, quedando un saldo de $800.
Yo:
- Comprendo, ¿pero a nombre de quién está este beneficio?- pregunté con todas mis expectativas ya muertas.
Empleada:
- Ya te digo... -mientras se mordía la punta de la lengua y miraba por encima de los lentes, tipeaba y buscaba con desesperación en la pantalla- ahí se está imprimiendo y vemos.
Empleada:
- Este seguro ya casi consumido está a nombre de Marcela, su otra hija ¿no?

Cuando salimos no sabíamos si contentarnos o no con lo que habíamos oído. Nos preguntábamos cómo Marcela, con la cual habíamos hablado por teléfono reiteradamente, no nos había dicho que su tesoro estaba reducido completamente. Con certeza, estaría tomando fuerzas para buscar el amparo legal y sacarnos lo poco que nos quedaba.

Sin pensarlo mucho más, y asimismo porque el tiempo aun estaba de nuestro lado, nos fuimos al Departamento de Policía. En ese otro designio nos enteraríamos definitivamente si nuestro padre había pensado en nosotros para cuando sucediera algo así o simplemente nos haría pagar hasta el último centavo que le habíamos dado a Rosa.

Piedad

Es común oír que los días de incesante lluvia inspiran a las personas a las más variadas manifestaciones de sensaciones personales. Están esos que se deprimen y consideran viable y permitido comer hasta sentir que no les cabe más el aire en el cuerpo y, a esto le suman, encerrarse a ver una trillada comedia romántica que la TV por cable ofrece a modo de regalo, mientras oyen como telón de fondo a una copiosa lluvia que ayuda a materializar las locas ideas del amor.

Otros duermen, apenas asoman la mirada a la calle y ni hablar de salir de sus cuevas a enfrentar el frío y la humedad. También están los no tienen otra alternativa más que salir a la vida, ya sea por obligaciones profesionales, de estudio o de otra índole.

Sin embargo, haciendo contraposición a lo analizado brevemente, están aquellos que consideran propicio salir a mojarse no importa cuál sea la excusa. En estas actividades se pueden oír frases estereotipadas como que la lluvia sólo moja, que es una bendición, que sólo es agua, que no pasa nada. No, claro que no.

Bueno, hoy me crucé en un 99% con seres que están clasificados en esta última y aberrante agrupación. Seres absolutamente indeseable. Seres que caminan con grandiosos paraguas y para colmo por debajo de los techitos que brindan la construcción edilicia de la ciudad. Seres que, con enormes botas y pilotos, te llevan por caminos donde naturalmente vas a terminar pisando vos el charco. Seres que suben al colectivo y se sacuden como si sólo ellos existieran. Seres llenos de egoísmo y adoración inentendible por joder la vida ajena.

Yo hoy se las dejé pasar porque estoy re zen, re ohm, re top; pero la próxima les meto el paragua de $5 que compraron en la entrada del subte en el orto y se los abro a la fuerza hasta que me pidan clemencia y juren por la virgen no salir más de sus casas cuando caiga una gota del cielo.

Será justicia.

Oasis top top: Imperial de CCU

Los últimos días fueron dedicados a hacer trámites. Llamados, búsqueda de info por Internet, viajes al centro, más llamados, esperas, papeles, pagar sellados en el banco, más llamados, más viajes. Además, volví a la facultad aunque más o menos mantuve un ritmo de lectura para no hundirme a esta altura del año. Casi se podría decir que soy un nerd, pero no.

Entre tantas cosas relacionadas con lo que en esta familia está pasando, anoche me di el gusto de relajarme un poco y acudir al encuentro de mi amiguísima Elen para ir a un evento sumamente espectacular (ya le había faltado al de Maybelline y no pude comparar mi altura con la de Nicole Neumann)

Imperial, considera que los bloggers afamados (?) podemos tranquilamente ocupar el lugar de un periodista y por qué no, ser famosos 2.0; es por ello, que fuimos a tomar frescas cervezas -de botellitas, mi sueño americano-, comer pizzas de un aspecto fuertemente cosmopolita, sacarnos fotos, codearnos con celebridades de espigadas figuras y terminar la noche con un recital súper íntimo de Catupecu Machu (nada más grandioso para terminar la noche, mucho power) De todos modos, el hit de la noche fue Elen tocándome una nalga. No es tonta eh.

Al regreso, me tomé el último subte rumbo a Cabildo... y no sé como agarré al correcto (entre tantas combinaciones) porque el airecito de la noche porteña hizo que el alcohol, que en mí yacía, se sintiera con fuerza.

Silencio

Sin darme cuenta, ya pasaron 10 días que murió mi viejo. Cuando se muere una persona que vive con vos hace muchos años, inmediatamente caes en una sensación de vacío sin límites y no terminás de creer que es lo que está pasando.

Me sucede de no encontrarlo viendo televisión, de no pelearnos por la bombilla del mate o la pava, de no estar más pendiente de que si tomó sus pastillas, si está comiendo con sal o si está desabrigado o fumando a escondidas en el patio.
Ahora no encuentro migas en la mesa y el perro no come porquerías que él le daba. No veo la llave del gas mal cerrada o la estufa mal apagada. No tengo ropa limpia en el acto, porque él manejaba sistemáticamente el lavarropas.

No me invade el sonido ensordecedor del televisor a toda hora. No me lo encuentro en la casa, no ocupa lugar en la mesa todo el día. No oigo desde mi cuarto su radio de noche y ya no discutimos sobre Cristina -la presidente de la Nación-, sobre Lilita ni sobre el horario de los programas.
Ya no está para entrarme al perro todos los días cuando llega de pasear, ahora me tengo que vestir, poner lindo y salir yo.

En 10 días no hubo uno que no lo haya llorado y aún espero que en cualquier momento me llegue un SMS donde él me diga: "Si llegás tarde, avisá que te espero en la puerta".

Borrador III

Luego de dormir contadas horas, comencé el sábado sin haber laburado y desayunando tranquilamente en casa.

A veces pasa que luego de horas de sueño y de haber pasado por temas jodidos, penas o incluso alegrías, es como que no recordás bien qué pasó, pero tenés una sensación latente en el medio del pecho, esperando para llegar a tu cabeza y hacerte caer en la realidad.
Las primeras novedades que tuve de mi viejo -que por suerte había pasado la noche y se mantenía con vida- fueron de la mano de mi vieja y de mi hermano que lo habían visitado al mediodía. Según la poca información que en ese horario dieron y la percepción de mi vieja, mi padre estaba con mejor color, mejor aspecto. Lo habían bañado y estaba impecablemente afeitado. Los monitores se manejaban dentro de los números esperados -estaba instruida por mi, ya que había aprendido a leerlos básicamente en su última internación- y al parecer, la noche la transitó sin sobresaltos.
Eso, claramente, me dio una sensación de bienestar y de esperanzas.

La tarde, que fue invadida por las altas temperaturas, la pasé en la cama porque mis niveles de presión eran sumamente bajos. Además quería descansar mínimamente para estar en el hospital a las 18.30, que era la otra visita.

Yo no sabía que el 59 los sábados a la tarde era tan hijo de puta y me hizo llegar un poco más tarde. Traté de evitar el ascensor porque el último día había comprobado con insistencia que la puerta automática no abría siempre y te devolvía a tu piso de origen -planta baja-. Fue por ello que me dirigí directamente a la escalera para llegar al 3er. piso y al momento de pisar el primer escalón, recibí por parte de mi hermana el peor SMS de la historia de las telecomunicaciones: "Recién falleció papi"