El sonido de la tristeza I

Mi viejo es un pelotudo. Toda su vida, en nombre del amor, se mandó terribles cagadas o tuvo la mala suerte de relacionarse con mujeres que les gustaba la comodidad económica, por así decirlo.
Con la primera mina que estuvo, luego de separarse de mi vieja, terminó poniéndole un bar donde ella se encargaba de todo y los hijos eran un desparramo de empleados: cajero, bachero, mozas, etc. No había lugar para mí ni para mi hermano más que algún que otro fin de semana, en el cual jugabamos a ser todos los puestos en una misma jornada.
El bar cerró a finales de los 90's y junto a ello también terminó la relación de mi padre con esa mujer. La repartija fue: ella se quedó con todo lo que estaba dentro del local y, que venta mediante, podría significar algunos pesos; y mi viejo se quedó con las deudas. Sin palabras.

Después vino otra señora que tenía gustos de princesa francesa: nos enteramos que él le había comprado un celular de alta gama, una collar un tanto lujoso y que pretendían un viaje a Europa. Por suerte, él la cagó tanto que terminaron separándose.

Ahora sale con una peluquera que tiene el negocio por Boedo y ya van casi un año de relación. Rosa parece una mina centrada y dicen que cocina rico y en grandes cantidades. Hace unos meses nos desayunamos con que mi viejo le sacó un crédito de 10 lucas - porque Rosa tuvo que renovar el contrato del local - y que ella no puede pagárselo porque en la peluquería no entra ni el loro. Así estamos.

Esta semana, pusimos el auto en venta.